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  • Hugo Vigray

Cuando calla el cantor


Lo mejor que podemos darle a la vida es la gratitud por habernos prodigado la compañía o la obra de algún semejante. Pero cuando el destino nos priva inesperadamente de ese prodigio, el corazón, que siente pero no piensa, no puede sino latir con cierto dejo de justificado reproche.

Y en esta forzada dialéctica se encuentran los corazones latinoamericanos, ante la trágica muerte de Oscar Cardozo Ocampo, un hombre con una personalidad desbordante de talento y humildad, que con su obra cuantiosa y por demás valiosa recorrió los acordes mejor logrados de la música de nuestra región.

Una infausta tarde de julio, al cierre de esta edición, llegó la preocupante noticia de un accidente que lo tuvo como protagonista. Un lugar insospechado de la carretera que une Buenos Aires con Resistencia muy cerca de su Paraguay querido, tiñó de sangre y angustia el horizonte. Un acompañante casual, había fallecido en el acto. Y los pálpitos sobre el destino de Oscar se enredaron en dudas y temor una vez conocidos los partes médicos que indicaban politraumatismo a niveles intolerables. Ni el clamor a veces milagroso de la esperanza ni el esfuerzo de los médicos pudieron revertir el infortunio. Dos días después, el sábado 22 exactamente, una gran parte del mundo dejó caer finalmente las lágrimas sostenidas hasta entonces a fuerza de fe, ante la irremediable noticia de su muerte.

En esta modesta página de CARTELERA, en una edición que habla de la alegría de cumplir años, la vida nos tiende la trampa ineludible de elaborar el duelo por la noticia.

De todo lo que pueda decirse sobre su obra, por muy conocida y ante el limitado espacio que nos concede el cierre, solo podríamos reafirmar que era sobradamente rica y plena de buen gusto. Y como si aquello fuera poco, él se encargó de adobar su genio creativo con una inigualable virtud de ser humano. Caramba, qué tipazo. Capaz de agradecer un comentario periodístico sobre su obra, como si no lo mereciera, porque simplemente su humildad no se lo permitía.

Un corazón generoso, que en Asunción o Buenos Aires –café de por medio–, era capaz de permitirnos veladas inigualables regadas de buena música, de charlas edificantes y una visión enriquecedora sobre la música de la que él –que tenia de hecho un grupo que se llama Sin límites–, decía que sólo tenía fronteras marcadas por el buen gusto.

Una noche de octubre de 1991, el autor de estas líneas le tomó la fotografía que ilustra ésta página. Fue en el Teatro Alvear sobre la mítica Corrientes. Y era en un homenaje a Flores, cuyos restos estaban por ser repatriados para ser enterrados en la plaza que hoy lleva el nombre de autor de la guarania y del poeta Ortiz Guerrero. Allí serán también esparcidas las cenizas de Oscar, o Cardocito como también le llamábamos. Allí las tardes convocarán a las guaranias más dulces y las más encendidas zambas y vidalas, bajo su cielo de ñandutíes.

Oscar tenía apenas 59 años.

A su familia, su esposa, sus hijos y a los entrañables doña Fide, a Pinchi y Aníbal, en nombre del grupo Comunicador La Opinión, pretendemos acercar nuestro solidario dolor y, al mismo tiempo, como todo el país, el inmenso orgullo por este digno hijo de la Argentina y del Paraguay, el querido Oscar Cardozo Ocampo.

Semblanza ante la muerte de Oscar Cardozo Ocampo. Agosto de 2001, en Revista Cartelera. La fotografía que acompaña la nota, fue tomada por el autor del artículo diez años antes, en 1991, en Buenos Aires.

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