La responsabilidad es individual, no es transferible. Por lo tanto, la culpa tampoco es transferible. Cada persona mayor es enteramente responsable de sus actos. Y estos actos, no pueden ser cargados sobre las espaldas de terceros. Ni siquiera si los terceros son célebres, o poderosos o de alguna visibilidad social.
Pero al periodismo local –y regional– esta premisa parece importarle poco.
La reflexión viene a cuenta de un reciente episodio, donde un hombre de 30 años, disparó sobre su ex pareja en un aparente caso de intento de homicidio. El hombre, resultó ser hijo de un reconocido político, ex legislador y varias veces candidato para otros cargos.
La mayoría de los medios le dedicaron titulares como este: “Hijo de fulano habría intentado matar a su ex pareja”. No solo eso. La mayor parte de los artículos que mereció la noticia, se ocupaba del “hijo de”. No una vez, sino en todo el seguimiento posterior. Que el hijo de fulano se presentó a la fiscalía, que el hijo de fulano fue imputado, que el hijo de fulano enfrenta cargos penables con tantos años de cárcel.
Lo más probable es que una gran parte de la ciudadanía no simpatice con el padre de este muchacho. Puede que al periodismo también le caiga mal. Es un político y los políticos no cuentan en los últimos años con grandes reservas de simpatías en su haber. Pero este ex senador, no participó del hecho ni estuvo presente en el momento, ni los hechos se produjeron en su casa.
No tuvo la menor injerencia en los supuestos actos de intento de homicidio ni apareció posteriormente presionando jueces ni fiscales (lo que hubiera empezado por implicarle en el caso); nada. Por lo tanto, no tenía ninguna responsabilidad en la cuestión. El único responsable penal y moralmente, fue su hijo.
Es un grueso error implicarlo. Porque al mencionarlo se le carga con la culpa.
En un hecho también reciente, un joven persiguió y arrolló con su camioneta a dos supuestos asaltantes. Ambos fallecieron en el acto. Uno de los asaltantes muerto en el lugar, resultó ser nieto de un laureado entrenador de fútbol ya fallecido. El titular de la información fue “Asaltante muerto era nieto de fulano”. Se centró la información sobre el celebrado apellido. Sobre la figura del abuelo ya difunto. Ignoro cómo habrá sido la relación de aquel DT con su nieto. Pudo haber sido buena, pudo haber sido mala. Pero, ¿tiene algo que ver con las responsabilidades de su nieto en el terreno de la delincuencia? No.
Hace ya algunos años, leí otro titular: “Chofer de fulano de tal causa fatal accidente en el Acceso Sur”. Él “fulano de tal” famoso, no estaba en el auto. No conducía ni acompañaba al conductor. La crónica no explicaba si el vehículo estaba a su nombre. De haber sido así, la máxima mención que podría merecer era una escueta línea al final, donde se consignara que “el vehículo figura a nombre de fulano de tal”.
Pero decíamos al principio que es un caso regional.
En el 2012, el padre de un famoso actor argentino fue implicado en un caso de tráfico de efedrina. El titular principal de todos los medios argentinos fue “Detienen al padre del actor fulano de tal por tráfico de efedrina”. La TV, la radio, los diarios. Incluido Clarín que cuenta con un célebre manual de estilo que pretende ser un tratado de su “compromiso editorial con los argentinos, que explicita de qué manera asumimos cotidianamente la ética, el rigor profesional y calidad periodística”.
Todo el caso siguió siendo tratado como “el padre del actor fulano”. Hasta la condena de cuatro años que le impusieron. El actor andaba de temporada en una sala con éxito de público. Primero suspendió algunas funciones. Luego tuvo que abandonar la temporada. Sin la menor responsabilidad en el caso del tráfico.
Así de terrible puede ser el periodismo cuando no se tiene conciencia del daño que puede causar una mención innecesaria. Cuando con la mención adjudicamos culpas. Cuando ignoramos que la responsabilidad no se transfiere.
Parte de nuestra responsabilidad como periodistas, consiste en la revisión permanente de nuestro trabajo en el deseo de un servicio periodístico honesto, veraz, y de rigor ético.
Debemos caminar hacia algún tratado deontológico que nos permita enmarcar nuestro trabajo en las líneas del rigor. Y no estoy hablando de autocensura, sino de autorregulación, antes de que aparezcan legisladores retrógrados que pretendan imponernos normas y leyes de prensa. Sería un retroceso.
En el primer mundo, estas cosas son llevadas desde hace años con mucha responsabilidad, aún cuando los periodistas y sus medios, continúen cometiendo errores cotidianamente. Pero al menos tienen tratados, como en España, donde la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) tiene un código deontológico. En su artículo 5to -que refiere a la presunción de inocencia-, añade un ítem que expresa con claridad: “El periodista deberá evitar nombrar en sus informaciones a los familiares y amigos de personas acusadas o condenadas por un delito, salvo que su mención resulte necesaria para que la información sea completa y equitativa”.
Hacia allí debemos caminar.
Nos falta mucho. Y pienso, de paso, en la protección de testigos, por ejemplo. Y en la protección de menores implicados en ilícitos, sobre el que ya hay un código específico, que por estos días también fue violentamente atropellado por algunos medios. Pero para ello, necesitaremos otro post como este.
Más adelante, tal vez.
Publicado en mi perfil de Medium en marzo de 2016.