Mi primera relación con Cartelera, fue como entrevistado. Posiblemente a mi amigo Augusto Barreto, coordinador periodístico de la revista en aquellos años, se le acabaron los personajes y me incluyó en una consulta sobre una nueva participación paraguaya en los siempre polémicos festivales de la OTI.
Era 1998. Marco Antonio de Brix estaba a punto de viajar a Buenos Aires con “Un mundo diferente”, de Antonio Medina Boselli. Y mi opinión sobre el tema tenía el dudoso respaldo de mi trabajo como cronista de espectáculos en el entonces Diario Hoy y por mi afición a la música, a la que castigaba como cantante en un cuarteto donde desafinaba como bajo.
Augusto eligió como título del recuadro una frase obvia: “En OTI nunca ganó la mejor canción”. Decía que tanto el intérprete como el compositor del tema eran de mi agrado. No podía haber dicho otra cosa: Marco de Brix había sido mi compañero del colegio y siempre tuvo el compromiso insobornable de mis afectos, lo que no riñe en absoluto con la idea que tengo de que es el mejor cantante paraguayo de los últimos tiempos.
Y no me había equivocado. La mejor canción resultó ser “Un mundo diferente” que terminó perdiendo por ese localismo imperdonable del jurado, por un voto frente al tema de Guillermo Guido, con un título espantoso: “Todavía eres mi mujer”.
Acompañaba el artículo una fotografía mía con la que todavía un amigo impenitente suele amenazar a sus hijos para que no se porten mal. Barba a lo Che, melena, remera y jeans. Una imagen coherente, ya que por aquel tiempo, aunque no era tuerto, mi visión sobre el mundo era más clara con el ojo izquierdo.
Jamás hubiera pensado, que algunos meses más tarde terminaría entrando a lo que sería luego el Grupo Comunicador La Opinión, que es como decir CARTELERA, tras haber participado como delegado del Sindicato de Periodistas del Paraguay, de una huelga con el Diario Hoy, de donde fuimos despedidos 13 periodistas, entre quienes estaban mi eterno jefe inmediato Toni Carmona, y Stella Ruffinelli, Marité Campos, Yiyo Riveros, Carloncho Rodríguez, Coco Arce, Miguel Guillén, Ramón Casco, Oscar Ayala, Idilio Mendez Grimaldi, Teresa Goosen y Teresa Godoy.
Ese fue un regalo de reyes, como lo definió el propio Toni, hoy director de Última Hora, ya que el despido masivo se produjo el 6 de enero de 1989. Menos de un mes después, caía la dictadura de Alfredo Stroessner. Y nos salvamos todos. Porque si aquella noche del 2 y 3 de febrero hubiera llovido –en nuestro país una lluvia puede aplazar cualquier cosa, incluso un golpe de estado-, Stroessner estaría hasta hoy en el sillón de López y ninguno de los que estuvimos en aquella huelga hubiéramos podido continuar con el oficio de periodistas, porque automáticamente todos pasamos a ser decididamente identificados como comunistas.
Entré al semanario La Opinión, que no había podido salir en tiempos de Stroessner porque le eran vedados por el dictador algunos nombres pensados para el staff. Mi nombre había sido sugerido por Augusto Barreto al director del semanario y al mismo tiempo, fundador y director de la revista CARTELERA, el ínclito Chiqui Ávalos. Lo que Chiqui sabía de mí, entonces, era que escribía con los pies, pero tenía a mi favor, la modesta fama de redactor responsable y trabajador que podía ser, como efectivamente lo fui, un buen compañero de tragos. Hoy, casi quince años después, no sé si Chiqui habrá cambiado sus conceptos sobre mis habilidades o carencias como redactor, pero en cambio sí, me considera un traidor irresponsable por mi irreconciliable divorcio del alcohol desde hace siete años.
Fui contratado, tras una dura batalla por el salario que pretendía yo con él quería asignarme el propietario de la revista y del semanario, Reinaldo Domínguez Dibb, hermano de Humberto Domínguez Dibb que acababa de echarme de su diario. La batalla por el salario la había ganado Reinaldo, por supuesto. Creo que jamás se perdonó aquel error, el de contratarme. Como tampoco, se habrá perdonado otro, unos años más tarde, cuando me repuso luego de haberme despedido por el desliz de un periodista de mi área, a quien no nombro para salvarlo de los tormentos de la conciencia. Regresé sin haberme ido nunca, tras una acción de la dirigencia del sindicato, que llegó hasta las oficinas de Nené Domínguez, como le llaman sus amigos, entre quienes, creo, me cuento, con una comitiva integrada por Pepe Costa, Antonio Pecci y Víctor Benítez.
Pero en fin, entré a La Opinión como redactor responsable del área de Espectáculos y como “colaborador” de CARTELERA. La primera nota que hice para la revista fue al grupo Cantamérica, del Pilu Valladares y Menchi Barriocanal, por la incorporación como director de Willy Suchard, importado de la Argentina. Fue una nota quemante, porque Pilu y Menchi se deshicieron en elogios al nuevo director y, sin pretenderlo, sus elogios quedaron como una bajada de caña a los anteriores directores del grupo, Vicente Morales y Hugo Figueroa. Para mí, periodísticamente la nota fue una bomba, pero me ubicaba en una posición muy incómoda: tanto los que me daban la nota, como los afectados, formaban parte de mi círculo de amistades.
Pasaron unos años. En 1992, se había ido Chiqui para emprender con otros sueños. La revista pasó por otras manos, entre ellas, las de Rossana Estragó y Mario Orcinoli. Cuando se fue Mario, CARTELERA quedó definitivamente acéfala.
Reinaldo aún habría de cometer otro error. Y fue cuando dijo que sí a Francisco Laws, su eterna mano derecha, cuando éste le sugirió mi nombre como director de CARTELERA. Estaba demasiado ocupado en asuntos de real interés para prestarle atención a Francisco.
Cuando Reinaldo se dio cuenta, ya era demasiado tarde. De modo que la culpa ha sido, es y será de Francisco Laws, que, junto con Hassan Kassem, el jefe de personal, también integraba el círculo áulico de las trasnochadas por aquel tiempo en que farreábamos como si fuera una obligación, aunque en las horas de oficina ambos nos tenían cortitos a todos con su cara de pocos amigos, como parece, es la testaruda costumbre de los administradores.
En abril de 1993, aparecía el primer ejemplar bajo mi batuta, por llamarla de algún modo, ya que el éxito del Semanario La Opinión había generado tal entusiasmo entre sus responsables y redactores, que todos se habían olvidado de CARTELERA. Por lo tanto, fui su director y único redactor por aquel tiempo, aunque, hay que admitirlo, algunos me daban una mano, como al pasar.
La circulación había bajado muchísimo, como consecuencia de aquellos olvidos que mencioné, y como producto de la aparición en el mercado de la revista Teveo, impresa óptimamente en Chile. Pero con los colaboradores ocasionales en poco tiempo logramos revertir la situación para poner felices a los anunciantes que nunca nos habían abandonado.
La incorporación ejecutiva de Walter Schaffer le dio a la situación un giro más fuerte. Pasamos del blanco y negro al color, realizamos eventos, operativos; marketing. Hacia fines de aquel año, creamos juntos con Walter y Juan Carlos Amoroso, “Los personajes del año” que se constituiría más tarde en un verdadero orgullo para propios y extraños.
Por el éxodo en algunos baluartes como Moneco López, el propio Chiqui y Nicodemus Espinoza, habíamos perdido un elemento fundamental de los primeros años, el humor. De modo que no nos quedó otra que apuntar a la audacia y la polémica para ponernos a tono con el mercado. Pero salvo esa pérdida, no cambiamos nada. Porque, desde el principio, CARTELERA se destacaba ya por sus notas armonizadas entre el interés general, el compromiso y la frivolidad. Es decir, cumplimos con una regla periodística, la de la identidad. Nada perdona menos el lector que los cambios de personalidad.
Por aquí, pasaron muchos que brindaron su aporte a esta historia. Por sobre las tormentas con que la inestabilidad económica azotaba al país, esta digna permanencia se le debe, además de la familia Domínguez -representada hoy por Soledad y Monserrat-, a los que trabajaron siempre con el mejor empeño, como el imponderable Hassim Salum, un coordinador implacable, dinosaurio incubado entre rodillos de la imprenta hace más de cuatro décadas y con el que nos une una camaradería que viene también del Diario Hoy.
Muchos, incentivados por el oleaje de la oferta y la demanda, se fueron. José Soteras por ejemplo, mi compañero de tantas madrugadas en que el cierre se cernía sobre nuestras cabezas para llegar a tiempo a la imprenta. Lo reemplazó en su momento Juanvi Pereira, con la misma actitud y a este, el joven diseñador Manuel González, el responsable actual de la presentación gráfica y el autor de los cambios que pueden apreciarse en esta misma edición. Otros que se fueron son Raquel Rojas, Patricia Ayala, Nordy González, Silvia Soteras, Graciela Benítez, Rosita Scappini, Gustavo Morales, Miguel Houdín, Luis Enriquez, Rocío Sienra, Karina Gray, Miryam González, cada uno fundamental en su puesto.
Han sido sustituidos, digamos -porque cada uno es irremplazable desde la óptica humana-, por otros profesionales como María Liz Aguilera, la gerente comercial que batalla con nosotros desde hace poco más de un año e inauguró una nueva época.
Firmes como el primer día, están Maura Lovera, en el departamento comercial; Miguela Benítez, la jefa de redacción desde 1997 y el fotógrafo Jorge Torales.
Hay otros que se fueron pero volvieron por la premisa indiscutible de que siempre se vuelve al primer amor, como Lili Brítez y Juan Carlos Quiñonez. Y gozamos con el aporte erudito y experimentado de algunos nuevos en la revista, pero con años y años de dedos manchados de tinta, como Bernardo Neri Farina, quien fuera el jefe de Redacción del Diario Hoy por los años de mis inicios en esta territorio de románticos combativos que es el periodismo.
También dieron lo suyo a nuestras páginas, otros profesionales como Dani Adorno, Arturo Grau, Ismael Villalba. Y estoy hablando sólo de la segunda década, porque recordar a todos los que nos regalaron su talento, sería un ejercicio demasiado exigente para la memoria.
Soy apenas uno de los protagonistas de la mitad de la vida de CARTELERA. En contrapartida, puedo decir que le entregué mis mejores años. Estando aquí, construí la mejor parte de mi carrera y mi vida. Me casé, me divorcié, me volví a casar, viví el maravilloso regalo de ser padre. Primero con Tatiana, a punto de cumplir 10 años, y luego con Claudia, Patricia y Hugo, el primogénito. Y aunque a veces el trabajo me robe un poco del tiempo que les pertenece, tanto a mis hijos como a mi esposa, Ivonne Fischer, ellos también aprendieron a querer esta parte importante de mi vida que es CARTELERA.
Gracias a este trabajo construí tantas amistades. Aunque con casi todas, por la naturaleza de este oficio que a veces nos hace ángeles y otras diablo, me pelee muchas veces por alguna relación directa con estas páginas. Pero las peleas terminaron sorteadas por el prodigio de los afectos, siempre.
Con quien más veces me pelee y reconcilié, fue con Noemí Gómez, gran protagonista de CARTELERA, quien a la defensa de sus numerosas chicas que ilustraron nuestras páginas, muchas veces quiso colocarme de sombrero alguna computadora, por alguna foto muy audaz o un chisme demasiado caliente, imposible de atemperar a la hora de deslizarlo por los teclados. Y con Bibi Landó, quien al reconocer los rigores de este negocio por hacerse ella misma conductora de espacios periodísticos, me comprendió al fin el refrán de “una de cal y otra de arena” que tantas veces le dije, era imposible sortear en la trastienda de la edición de una revista y terminó haciéndose más que amiga, una hermana.
Recibí, como cualquier director, aplausos, indiferencias, amenazas. Jamás una querella o una demanda, lo que quiere decir que, de alguna manera, nunca hemos mentido aunque, como es de esperarse, nos equivocamos muchas veces pero tuvimos la valentía y la dignidad de rectificarnos.
MUCHOS AÑOS, DEMASIADOS RECUERDOS. Habrá seguramente alguno que otro recuerdo desagradable, cómo no, pero no los registro por un capricho incorregible de mi memoria que es muy generosa sólo con los buenos recuerdos.
Hace poco, fui entrevistado por una estudiante de periodismo. Me preguntó si el trabajo me ha dado satisfacciones. Le dije que sí, muchas. Y luego me sacudió con una pregunta que no esperaba: “¿Fue usted acosado alguna vez por alguna modelo que quería ser tapa de revista?”. Le respondí con un dribling a lo torero, pero sinceramente: “Señorita –le dije-, el trabajo me ha dado muchas satisfacciones pero, como se sabe, la felicidad completa no existe”.
De modo que tengo que agradecerle a la vida estos diez años al frente de CARTELERA, que me dio un sinfín de amigos y me puso a la puerta de un mundo quimérico, es cierto, pero como el amor según la visión de Vinicius: Eterno mientras dure.
Se trata apenas de la mitad de la vida de CARTELERA, la revista que con este ejemplar cumple veinte años, lo que aún no ha podido decir otra revista en nuestro país. Los tiempos son extremadamente duros. Pero en el mercado se han empezado a sentir algunos síntomas de cambios. Esperemos que la tormenta financiera pase, finalmente, lo que impulsará a tantos otros emprendimientos que desde su lugar, intentan aportar su grano de arena en la construcción de un Paraguay del mañana en el que, seguro, CARTELERA tendrá mucho que dar.
Claro que para que ello suceda, tendremos que seguir siendo fieles a nuestra línea como el primer día, como cuando Chiqui Ávalos y Alvaro Ayala iniciaron el sueño, y tratar de dar siempre más a los lectores, sin cuya participación, así como la de los anunciantes, no hubiera sido posible esta celebración. A todos ellos, gracias de verdad. Como dicen los mensajes que llegan desde diversos lugares del mundo en internet, así como los conceptos de los famosos que se publican en esta edición: por otros 20 años de CARTELERA.
Salud.
Artículo publicado en la edición XX Aniversario de Revista Cartelera, que dirigí desde 1993 hasta el 2004.