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  • Hugo Vigray

Un taller contra los naufragios


 

Gabriel García Márquez solía contar que siempre hacía leer sus originales a algunos amigos, como el poeta Alvaro Mutis y el propio Fidel Castro. Esto le resultaba como un test, para saber cómo podían recibirse sus obras, sobre todo tras haber sido revisadas por lectores tan exigentes. Aquella costumbre, más de una vez lo salvó del fantasma de los errores que un escritor no debe cometer, en el afán de las verosimilitudes necesarias en un texto.

Así fue que cuando le envió a Fidel el original de “El general en su laberinto”, el presidente cubano le hizo un par de observaciones. Una de ellas fue la embarcación en la que originalmente García Marquez subió a Bolívar en su travesía de 14 días por el río Magdalena. Le dijo: “Cambiá de embarcación o alivianá la carga. Con todo lo que le pusiste, ese bergantín se te hunde al entrar al río”.

En otro pasaje, García Márquez le dio a Bolívar un empacho de mangos. Y le dijo Fidel que cambiara de fruta, porque el mango había llegado a las Américas después de Simón Bolívar. Aquel intercambio de conocimientos, no era otra cosa que un taller literario. Solo que en formato de cartas.

Así fue nuestro trabajo en el taller. Uno se alimentaba del otro y una historia crecía con los aportes. Es, desde luego, innecesario aclarar que ninguno de nosotros se creía García Márquez. Ni ninguno, Fidel.

El libro que estamos presentando hoy, es el producto de un trabajo en el que invertimos un buen tiempo, tan intenso como apasionado.

Cuando en septiembre del año pasado, Laura Sánchez me convenció de que nos reuniéramos para ejercitar nuestra inclinación literaria -que por entonces, no pasaba sino de algunos intercambios de textos a través del inbox del Facebook-, yo lo acepté porque intuí de inmediato que un taller era la herramienta que yo necesitaba para ordenar y disciplinar mis escritos y las ideas sueltas de historias que me habitaban desde hacía tiempo.

Hasta entonces, solo había logrado terminar dos cuentos que acaso inmerecidamente habían ganado un primer y un segundo premio, consecutivamente, pero me daban la confianza de que la inquietud que me palpitaba podía crecer.

Así arrancó lo que más tarde se llamaría Taller Cuento Contigo. Nos propusimos el desafío de escribir cada uno un texto por semana, que luego leíamos en la reunión de los sábados y el texto se alimentaba con la visión, las observaciones y las sugerencias de cada uno. Las dos horas iniciales de reuniones terminaron durando cuatro o cinco horas durante las cuales distribuíamos sin un orden dictatorial, pero orden al fin, un espacio para la lectura de lo que escribíamos, el debate posterior, las observaciones, y cuando creíamos agotado el tema hasta su próxima revisión tras las correcciones del autor, escogíamos un autor consagrado para leer y debatir.

La aparición de Pon Bogado Gondra a la quinta semana de iniciado el taller, resultó ser determinante para la temática predominante del libro. No estoy diciendo temática general, sino la predominante. Puesto que hay una temática variada en el resto del libro.

Y no surgió de inmediato de sus propios textos, sino de los relatos que en los paréntesis para el café o el tereré nos contaba, para nuestro asombro. Así fue que escuchamos la historia de su torturador implacable, que durante el día le hacía consultas médicas por un dolor de cabeza de años y a la noche, le agradecía las recetas mientras volvía a sujetarle de los pies antes de someterlo a la pileta de la tortura.

O la historia del canciller de Stroessner al que resucitó con sus aparatos recién traídos de uno de sus exilios en Buenos Aires y que a pesar de haberle devuelto la vida con tanta espectacularidad a aquel paciente notable, la historia termina con la demostración de la peor calaña que solo un dictador como Stroessner pudo diseñar. Espero lo descubran en el libro.

“¿Quién va a contar esto, Pon, si no lo contás vos?”, le dijimos. Y empezó a elaborar sus historias, siendo estas que se reúnen en este ejemplar, las primeras que en forma de narrativa llegan a los lectores del país, de parte de una víctima directa de la atrocidad de aquel régimen déspota, sanguinario y rapaz.

Pon no se ahorra nombres, lugares, ni fechas. Documentado con su memoria, nos ofrece episodios escalofriantes de aquel terror vivido por él, aunque desde una perspectiva que no se permite resentimientos ni el menor atisbo de rencor. Los cuentos de Pon, no son ficcionales. Su literatura adopta la realidad como material narrativo y la expone como un procedimiento literario más.

Susana aportó lo suyo en ese marco histórico, con relatos relacionados a su país de origen, la Argentina, aunque ella sea ya una paraguaya más, por llevar entre nosotros algunas décadas. Laura nos entretiene con microcuentos relacionados al amor y a algunos interrogantes de la vida y yo expongo un par de casos vinculados a la dictadura pero me embriago luego en historias que navegan entre el amor y las nostalgias.

Pero ahí está la dictadura. O sus secuelas. Nos pareció más que oportuno al cumplirse en este 2014, 60 años de stronismo y 25 del golpe que tumbó al dictador. Creemos necesaria una mirada hacia ese nuestro pasado reciente, para no caer en el engaño perverso e hipócrita de quienes dicen que eran felices pero no lo sabían.

No podemos desentendernos de las crueles cifras que dejó aquel régimen: De las más de 20 mil víctimas registradas, 19.862 fueron detenidas ilegalmente; 18.772 fueron torturadas, 59 fueron ajusticiadas y 3470 ciudadanos sufrieron el exilio. Sería una ofensa desentenderse de los 336 desaparecidos; vergonzoso ignorar que las paredes aún se preguntan dónde están y una falta de respeto olvidar a los luchadores como el doctor Rogelio Goiburú, que hasta hoy sigue cavando en diversos lugares en la búsqueda de su padre.

Por eso este libro, en forma de narrativa. Porque casi siempre la ficción es la mejor manera de interpretar la realidad.

Tomás Eloy Martínez, amparado en un concepto borgeano, tenía la sana costumbre de pensar que somos los libros que hemos leído o el vacío que la ausencia de libros ha abierto en nuestras vidas.

Tenemos un país que necesita leer.

Hoy, mi amigo Pablo Burián, a quien mucho agradecemos nos haya permitido presentar nuestro libro en esta casa suya que — como suele decir él mismo, es la casa de los escritores-, se encuentra en una nueva etapa de su quijotesca búsqueda de lo que tan maravillosamente ha llamado “Hacia un país de lectores”. Se trata de unos dispositivos electrónicos, los afamados Bell, que pueden cargar hasta 4 mil libros de una, y aún más. Ha golpeado algunas puertas ya y aún está tratando de convencer a quienes hay que convencer, que esa es una buena vía, moderna y práctica, para la lectura. Él, que siempre ha sido un soñador, pretende que esos libros electrónicos lleguen a las escuelas públicas del país. Ojalá que lo escuchen, en todos los ámbitos posibles, pero sobre todo en el gobierno.

Porque un gobierno que no alimenta la lectura, es un gobierno que no quiere que pensemos.

Así, ahora, estamos ante ustedes, casi con el mismo pavor con que Bolívar navegó por el Magdalena en aquella travesía en la que un taller de eruditos lo salvó de un naufragio inmerecido y le cambió su empacho de mangos por otro de guayabos.

Esperamos que ustedes nos acompañen en esta travesía que iniciamos hoy con el Taller Cuento Contigo…

Con el viento a favor de vuestros afectos, estamos seguros que habremos de navegar en aguas mansas, con un viaje jovial, placentero y dichoso.

Muchas gracias!

Discurso leído en noviembre de 2014 en el lanzamiento del libro "De la dictadura y otros tiempos", del Taller Cuento Contigo.

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