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  • Hugo Vigray

Fervor de Borges


Apertura de la nota que publiqué en Cartelera, en el centenario de Borges.

En la edición de agosto de 1999 de la Revista Cartelera, publiqué el artículo “Un siglo con Borges”. No tenía aquel texto ninguna pretensión más que la de recordarlo en tan significativa fecha, como de hecho se presumía ocurriría y ocurrió en todo el mundo. No tenía fines "ensayísticos" ni críticos. Orillaba apenas el concepto de que una de las mejores formas de conocer a un escritor, a la par de lo que sepamos de sus obras, es a través de su historia personal. Porque lo que hacemos, es tan importante como lo que decimos.

En ese contexto, Borges es un anecdotario riquísimo. Con algunas modificaciones, reproduzco aquí una gran parte de aquella nota, publicada entre otras notas de modelos, farándula y minutas de trastienda, como fue la revista, conforme al formato de publicación de variedades de entonces y de ahora.

Aquí va:

Hace cien años, nacía uno de los escritores más lúcidos, brillantes y admirados de este siglo: el argentino Jorge Luis Borges. Su vida, sus anécdotas, su obra, en una nota de CARTELERA apta para la celebración.

Borges, Jorge Luis (1899-1986) nació en Buenos Aires, pero entre 1919 y 1921 se instaló en España. Adscripto al movimiento Ultraísta fundó, ya en Argentina, las revistas Prismas y Proa y el volumen de poesía Fervor de Buenos Aires. Su obra se caracteriza por la hondura y búsqueda conceptual expresada con gran riqueza verbal. Premio Cervantes en 1979. Historia universal de la infamia, Ficciones, Historia de la eternidad, El Aleph, El idioma de los Argentinos, Literaturas germánicas”… tal la “biografía” que puede hallarse sobre el genial escritor argentino, en cualquier enciclopedia contemporánea. No dicen, porque las enciclopedias no acostumbran a ocuparse de lo que no ocurrió, que no ganó nunca un premio Nobel. Un premio que, inmerecidamente, le fue negado por, según sus biógrafos, por “su tibio compromiso político”, salvo su visceral y encendido anti-peronismo.

Pero la falta de Nobel no impidió que su nombre merezca uno de los lugares más insignes dentro de la vasta producción literaria hispana, y la más alta de la producción argentina.

Muchas veces fue candidato. Y estuvo a un palmo. El de 1971, que le entregaron a Pablo Neruda, fue una de las ocasiones que estuvo demasiado cerca. Neruda le ganó por un voto. En aquella oportunidad, malintencionados de la época intentaron generar una polémica entre los dos escritores, por un supuesto espíritu de resentimiento por parte de Borges. Él lo negó, según puede apreciarse a través de la nota “Borges inédito”, publicada por la revista Viva, de Clarín, en octubre del 97, que recopila micros diarios practicados por el autor de El Aleph para LS 1 Radio Municipal: “Todos los latinoamericanos debemos enorgullecernos de este premio porque, en alguna parte nos toca. Creo que es el primer acierto de la academia sueca en lo que se refiere a letras españolas (…) A mí me parece un premio muy justo. El hecho de que hayamos sido rivales, que me haya ganado por un voto, que yo sea conservador y que él sea comunista… todo esto es de escasísima importancia frente a la justicia del Premio”.

También se ocupó en esa oportunidad, de declaraciones que Neruda habría hecho respondiendo al supuesto resentimiento de Borges, calificándolo como “dinosaurio”. “Le hacen decir a Pablo Neruda que yo soy… un dinosaurio. Si solo soy un señor argentino un poco gris que ha dedicado su ocio a la literatura. Es la primera vez que me comparan con un dinosaurio”.

Borges y Sábato, en el centro, junto al dictador Videla.

En los círculos literarios, se especuló siempre con que a Borges no le dieron el Nobel por haber apoyado el golpe de Estado del general Jorge Rafael Videla, que fue el inicio del genocida proceso militar en la Argentina. "Le agradecí personalmente el golpe del 24 de marzo, que salvó al país de la ignominia”, dijo después de una reunión con el dictador, reunión de la que participaron otros escritores argentinos como el mismísimo Ernesto Sábato.

En el mismo sentido, también apoyó al sangriento dictador chileno Augusto Pinochet, con quien se entrevistó cuando fue a recibir el título Honoris Causa de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Chile. “Ahí posiblemente ha hablado mi emoción más que mi forma. Lo he defendido por razones emocionales ante todo y porque soy enemigo del comunismo”, dijo aquella vez.

Pero si en el 76 apoyó el golpe militar y almorzó con Videla junto a Sábato y otros escritores argentinos, en 1980, tres años antes del fin del proceso militar, tanto Borges como Sábato firmaron una solicitada reclamando se den a conocer las listas de los desaparecidos.

SU MAYOR AMBICIÓN.

En las ocasiones en que el tema era el nobel, la prensa siempre se ocupó de los supuestos resentimientos borgeanos. En sus declaraciones intentaba demostrar lo contrario, pero no siempre lo conseguía. Como cuando, en 1982, el famoso Premio recayó en Gabriel García Márquez. Aquella vez, según otra nota de la revista Viva, publicada el domingo 9 de mayo de 1999, dijo: “Yo pienso que Gabriel García Márquez es un gran escritor. Cien años de soledad es una gran novela, aunque creo que tiene cincuenta años de más…”.

En otra oportunidad, en una conferencia de prensa en un hotel de Roma, también llegó a la pregunta inevitable.

-¿A qué atribuye a que todavía no le hayan otorgado el Premio Nobel de Literatura?

-A la sabiduría Sueca.

Juan Alberto Badía, aquel genial locutor y animador argentino, le preguntó una vez si no le afectaba no haber ganado el famoso Premio. “Naturalmente, Badía, -le dijo-. La mayor parte de la población mundial vive sin él, de lo más bien”.

Será por todo eso que Héctor Bianciotti, escritor y miembro de la Academia Francesa de Letras, que estuvo junto a Borges en el momento de su muerte, en otra publicación del Diario Clarín, pero del domingo 13 de junio de 1999, reprodujo una frase entrecomillada en la que el escritor definía, sin mencionar el éxito de algún premio, su mayor ambición: “Escribir un libro, un capítulo, una página, un párrafo, que no tuviera nada que ver con mis aversiones, ni mis preferencias, ni mis hábitos; que no se alimente de mi odio, mi tiempo ni mi ternura; que fuera publicado en Buenos Aires como podría haber sido publicado en Oxford o Pérgamo…”.

Se supone que, a estas alturas, la mencionada ambición, humildísima, ha sido superada ampliamente, más aún hoy que se celebran los cien años de su nacimiento en todo el mundo, con seminarios, congresos, páginas y páginas en Internet, muestras fotográficas, publicaciones especiales y todo lo que la industria del homenaje suele producir en situaciones semejantes.

Borges, amén de su maestría en el uso de la palabra, que se le atribuye comparado al don casi celestial de los artesanos, también es reconocido por la profundidad de sus conceptos, una erudición ilimitada y, entre otras cosas, un manejo, si se quiere, perverso de la ironía. El cervantes paraguayo, Augusto Roa Bastos, que se definía admirador de Juan Rulfo y de Jorge Luis Borges (“el mexicano como escritor rural, de su pueblo y el argentino de su ciudad, Buenos Aires”), precisamente decía que Borges usaba la ironía “como uno de los elementos de su mundo de valores” (La Opinión, 17 de marzo de 1999).

Esta característica, aparecía aun cuando se refería a sí mismo. Cuentan que cierta vez una anónima mujer, sorprendida por la cercanía física con el genio, le preguntó:

-¿Usted es Jorge Luis Borges?

Y él, por entonces ya tenía ganado el pasaporte a la eternidad en la historia, respondió: “Momentáneamente”.

En otra ocasión, firmando ejemplares en una librería bonaerense, un joven se acerca con el libro “Ficciones” y le dice: “Maestro, usted es inmortal”. Borges le contesta: “Vamos, hombre. No hay porque ser tan pesimista”.

A menudo lo llamaban "José Luis Borges". Nunca le molestó: "Creo que, a la larga, yo voy a figurar en la historia de la literatura como José Luis Borges".

Cierta vez, el boxeador argentino Andés Selpa, al saludarlo, lo llamó "José Luis Borges". Alguien le preguntó si no le molestaba que le llamen así. Y dijo: "Para nada. En todo caso, estamos ante una reparación histórica: José Luis es menos complicado que Jorge Luis...".

EL PECADO DE NO HABER SIDO FELIZ

El agregado cultural ante la Embajada argentina, el actor Juan José Camero, quien conoció personalmente al escritor, dice que lo recuerda como a un hombre que al final de sus días declara y testifica no haber sido feliz. Pero que más allá de esa valiente declaración de desdichado, “aquel ultimo poema en el que lo declara, hace repensar muchísimas cosas. Sobre todo en un hombre del talento, de la sensibilidad, que nadie podrá poner en duda de que Borges tenía, esa ácida crítica, que comparto totalmente, a una sociedad absolutamente trivial y vanidosa de la argentina. Esa falta de compromiso con los grandes misterios de la condición humana, en la que Borges entró de lleno al laberinto, nos hace repensar en aquellos intelectuales, que sin ninguna duda persiguen el prestigio, ese afán por lograr un reconocimiento que nos haga diferente al resto de los hombres y mujeres que desde la simpleza viven y habitan este mundo”.

“Nos hace pensar seriamente –continúa Camero- si debiéramos permitirnos ese lujo, el de no ser felices. Él, más allá de las dificultades de este mundo tal cual está estructurado, plantea la pérdida del temor a la posibilidad de distanciar las vanidades que nos propone una sociedad que nos quiere exitosos. Que nos animemos a ser más libres en el verdadero sentido de la palabra, como la concepción de Jiddu Krishnamurti o de Omar Khyyman, para no caer en la mismas redes que él cayó”.

El actor, que ya lleva diez años en la embajada argentina, protagonista de la película “La deuda interna”, compara la literatura de Borges con el cine de Andrew Tarkoskie: “no son hombres de obras extensas, sino de obras que han salido de las vísceras de seres que sin ninguna duda, serán referencia inevitable para el análisis de una época que sostiene la idea apocalíptica del mundo”.

Camero rehuye al análisis de Borges como uno de los hombres que están incorporados a los grandes nombres de la literatura universal “a lo mejor por el efecto que yo sentí. A lo mejor, simplemente por haber estado algún tiempo a su lado. Muchas veces escuchando sus pensamientos, sus sátiras, sus críticas ácidas; y otras veces metiéndonos ambos en el silencio del respeto mutuo”.

“Tampoco -prosigue- quiero hablar de sus obras que están en el pensamiento y en el sentimiento de tantos otros escritores y que seguramente en muchas oportunidades de sus vidas han hablado de Borges. Yo me quedo con ese sentimiento acerca de lo que más preocupa a los seres humanos: dónde está la paz y el sosiego, dónde la felicidad. Creo que muchos escritores con diferentes personalidades de repente comparten esto que ha testificado Borges (…) Que la condición más importante a la que el hombre debe arribar, en este pequeño tránsito de misterios, es encontrar el verdadero sentido a sus vidas. Me dio mucha alegría que hacia el final encontrara una compañera como María Kodama, con la que pudo dialogar su modo de entender el amor y la vida. Fue el mejor regalo que seguramente lo hizo vivir de una manera diferente, aunque sea 5 minutos antes de su muerte”.

SU CASAMIENTO EN PARAGUAY

Una de las mujeres que se le conoció en su vida amorosa, fue Estela Canto, poseedora del manuscrito de El Aleph, cuento que le está dedicado. En un anecdotario publicado, se cuenta que esta mujer le manifestó su interés por vender ese original. Borges no se opuso y ella agregó: “Pero voy a esperar a que te mueras para que valga más”. Entonces, surge uno de sus típicos destellos:

-Si yo fuera un caballero, en este momento iría al baño y se escucharía un tiro.

Llegó al altar en dos ocasiones. En 1967, a los 68 años, se casó con Elsa Astete Millán, un antiguo amor de juventud. Pero la más renombrada es, sin dudas, María Kodama, con quien contrajo unas dudosas nupcias, vía Paraguay.

En el año 1991, cuando la herencia de Borges estaba en juicio, saltó al tapete que el escritor y su amada nunca habían estado en el Paraguay, al menos para el comentado casamiento –según una publicación del Semanario La Opinión del 26 de julio de ese año–, lo que ponía en duda la validez de la boda. Con ello, la Kodama se exponía a la posibilidad de perder al menos una gran parte de la cuantiosa herencia, muy importante sobre todo si se tienen en cuenta los derechos de autor por las miles de publicaciones de las obras de Borges, en todo el mundo.

LA CEGUERA

La figura de Borges, en lo personal, es decir más allá de su capacidad de escritor, también estaba caracterizada por su ceguera, un tema al que, desde luego, no le rehuyó en sus escritos, en dichos nunca exentos de ironía o de melancólicas metáforas: “Ese lento crepúsculo, que duró más de cincuenta años, comenzó cuando comencé a ver”.

En octubre de 1967, cuando estaba al frente de su cátedra de literatura inglesa en la facultad, entra un estudiante y le interrumpe para anunciar la muerte del Che Guevara y la suspensión, en forma inmediata de las clases para rendirle un homenaje. El escritor se negó, argumentando que el homenaje podía esperar. “Tiene que ser ahora y usted se va”, le dijo el joven. Como Borges aún se negaba, el estudiante amenazó con cortar la luz.

– “He tomado la precaución de ser ciego, esperando este momento”, dijo.

Según escribe Héctor Bianciotti, el escritor “sabía, como todo el mundo, que le sucederían algunas cosas buenas y muchas malas, pero que todo, a la larga, se convertiría en palabras, sobre todo la desdicha, pues (citando a Borges) “la felicidad no necesita ser transmutada: es un fin en sí misma”.

Tenía un modo de analizarse nunca exento de infundado ¿pesimismo? A todas luces en contra del concepto que le deparaba la historia: “El porvenir decidirá si debo ser recordado como poeta, como prosista o –esto es lo más probable– si debo ser olvidado en ambas categorías”.

Y es, una vez más, Bianciotti, el que mejor define lo que representa Borges: “Amó los libros, en los que refugió una vida de gloria pública y penas privadas. Sus obras reflejan esa existencia melancólica y forman parte de las obras maestras de la literatura universal. Vivió ciego, murió cansado. Y aunque intentó evitarlo, su nombre ya es inmortal”.

Desde luego que él no hubiera estado de acuerdo. Por algo había dicho “¿De qué otra forma se puede amenazar que no sea de muerte? Lo interesante, lo original, sería que alguien lo amenace a uno con la inmortalidad”.

Si no ser inmortal fue su propósito, todo el universo conspiró en su contra.

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