Cuando se sostiene que hay que "proteger" la educación de los niños ante el tema de la diversidad o el instalado debate sobre género, me causa mucha gracia y recuerdo un hecho que ocurrió en mi casa.
Estábamos todos en la mesa, en uno de esos pocos días en que podemos hacerlo. Tal vez un sábado, acaso un domingo.
Mi hijo –que entonces tenía nueve (9) años–, estaba contando cosas de la escuela, cuando dijo en algún momento "viste que fulano tiene un hermano que es gay...".
Desconcertado por la naturalidad con que lo dijo, acomodé mis lentes y pregunté en un tono neutro, ese tono que usamos cuando no sabemos muy bien qué tipo de terrenos transita una charla, tratando de no alarmar ni desnudar el asombro propio.
–¿Tiene un hermano gay, dijiste?
Y él, todavía más asombrado que yo pero por mi pregunta, me miró a los ojos y me interpeló:
–Sí. ¿Qué tiene de malo, papá?